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lunes, 27 de febrero de 2012

Rey sin reina

Es curioso el vaivén de sensaciones que puede llegar a experimentar un individuo a lo largo de su vida. Durante un cierto y amplio tiempo fuí un rey sin consorte. O lo que es lo mismo, un tipo dirigiendo el destino de su día a día con un vacío a su lado, es decir, sin reina. Busqué y busqué sin detenerme a pensar en caras ni nombres, pero no la encontraba. Entonces, un día, ocurrió algo.

Fué hace unos tres años. Me hallaba en la barra de un garito de Madrid tomando mi quinta rubia mientras pensaba en mi desconocida morena (porque mi reina tenía que ser morena...) y no esperaba ni lo más mínimo nada especial para esa noche salvo resignarme a volver al piso que compartía con dos estúpidas a las que procuraba esquivar y acostarme pronto para madrugar al día siguiente y abrir el anódino lounge pub en el que trabajaba como encargado. Llevaba ya varios días con el cerebro caliente, intentando encajar piezas del puzzle de mi vida, y sentía que mi cabeza iba a estallar. Apuré la cerveza y salí del bar. Comencé a sentir un hormigueo por todo el cuerpo y noté un escalofrío brutal que me hizo estremecer, así que me metí en el primer callejón vacío que encontré, saqué del bolsillo un porro cañero ya preparado y lo encendí. Mi intención era relajarme un rato y volver al piso con la mejor de las sonrisas, pero en cuanto pegué la primera calada todo se precipitó. Me entraron unas extrañas naúseas y me doblé hacia delante como un papel. Una densa niebla se formó a lo largo del callejón acompañada por un terrorífico silencio y me acojoné. Me apoyé contra una de las paredes, respiré profundamente y cerré los ojos con fuerza. Volví a abrirlos y quedé petrificado: Dos enormes coronas de oro y plata repletas de gemas de todos los colores flotaban en el aire delante mío. Por el lado izquierdo del callejón, saliendo de entre la niebla, un gran cocodrilo se acercó hasta mí con su característico movimiento pélvico. Por el otro lado, saliendo también de la blanca neblina, un pequeño pingüino llegaba hasta mi posición a pasitos cortos pero seguros. Ambos se colocaron enfrente mío, cada uno debajo de una corona.
-Tranquilo, nene, no te pongas nervioso.- Dijo con una gruesa voz el cocodrilo -Este es un momento crucial.-
-Sí.- Dijo a continuación el pingüino con una dulce vocecita -No te asustes. Venimos a darte una buena nueva.-
-¡Joder!- Grité con los ojos como platos -¡Vaya viajes que me pego!-
Miré a un lado y a otro con intención de salir corriendo, pero la niebla seguía ahí y me sentía paralizado.
-¿Ves éstas dos magníficas coronas?- Preguntó el pingüino -Son tuyas.-
-¿Cómo?- Pregunté mientras echaba un vistazo rápido hacia ellas.
-Llevamos años custodiándolas esperando el gran día.- Continuó el pingüino -Hoy es ese día.-
-¿El día de qué?- Pregunté casi sin quererlo.
-Debes elegir una corona, nene.- Respondió el cocodrilo- Debes elegir un camino.-
De la nada, y suspendido en el aire, apareció ante mis narices un brillante y plateado mandoble con empuñadura de azabache.
-Coge la espada con fuerza y señala con ella la corona que elijas.- Dijo el pingüino.
Sin pensarlo, agarré el mandoble firmemente con las dos manos.
-¿Notas el poder?- Preguntó rápidamente el cocodrilo.
-Lo que noto es que pesa lo suyo.- Respondí.
-Tranquilo, nene. Eso no es nada.- Me replicó el cocodrilo con voz burlona -Verás cuando elijas la corona.-
-¿Y qué tal si me explica alguien de qué va esto?- Pregunté algo contrariado.
El pingüino comenzó a reírse:
-Es lógico que no conozcas el rito. Te lo explicaré brevemente. El lagarto y yo...-
-¡Hey!- Gritó de repente el cocodrilo -Cuidado con lo que dices happy feet.-
-Como te he dicho antes, nosotros cuidamos y vigilamos las coronas.- Continuó el pingüino -Cada uno custodia una. La de él representa un reino, la mía otro. Pero hoy ha llegado el momento de elegir una de las dos.-
-¿Y qué pasará luego?- Pregunté.
-Ésa que hayas elegido pasará a ser la gran corona que controla y rige.- Respondió el cocodrilo - La otra se perderá en el olvido.-
Medité unos segundos. Estaba claro que se me iba la cabeza. ¡Pero quería saber más!
-¿Qué reino rige la tuya?- Pregunté al cocodrilo.
-Antes te diré algo que debe de quedarte claro, nene.-Respondió el cocodrilo -Las coronas son tuyas y por lo tanto tú eres el rey absoluto e indiscutible de los reinos que representan.-
Miré hacia el mandoble fijamente y una sensación de angustia comenzó a atraparme.
-La corona que custodio...- Comenzó el cocodrilo -...representa a la mala sangre derramada en sagrados suelos, a oscuros y acechantes nubarrones siempre a punto de descargar, al poder descontrolado del atronante sonido del pasado...-
-Alto, alto.- Corté de improviso -¿Qué es toda esa... pseudopoesía barata?-
-Ten cuidado con el lagarto.- Dijo rápidamente el pingüino -Es un manipulador feroz.-
-Maldita ave de mal agüero. Aquí no hay más manipulador que tú.- Le replicó el cocodrilo.
Noté como se me hacía más difícil mantener elevado el mandoble y me volvieron a entrar náuseas.
-¿Y la tuya?- Pregunté dirigiéndome al pingüino -¿Qué representa?-
-La corona que custodio yo...- Respondió el pingüino -...representa a la ilusión cegadora de una verdad que no existe, a caudalosos ríos de caramelo que desembocan en avinagrados mares, al gran árbol que crece y crece sin poderse moverse...-
-¡Basta!- Grité -¡Basta de poesía y de hostias!-
El pingüino dió un paso adelante, me miró fijamente a los ojos y comenzó a hablar:
-Sólo te diré que debes elegir la corona que yo custodio sencillamente porque...-
-No hagas caso a ese pajarraco, nene.- Interrumpió el cocodrilo -Es un débil. Debes elegir la mía.-
-Olvídate del lagarto. Es patético.- Insistió el pingüino.
El cocodrilo se volvió hacia el pingüino:
-La mía es más poderosa.-
El pingüino se volvió hacia el cocodrilo:
-No. La mía lo es más.-
-¡He dicho basta!- Grité mientras notaba que ya no podía con el mandoble.
De repente el cocodrilo se irguió y comenzó a acercarse a mí a dos patas.
-Elige la mía, nene. Si la eliges ya no necesitarás nunca más...-
Antes de que terminase la frase decidí que ese bicho ya me había cargado demasiado. Hice un movimiento seco con el mandoble y con un corte limpio lo partí por la mitad matándolo al instante. El pingüino comenzó a dar saltos de alegría:
-¡Bien! ¡Bien!- Gritó frenético -¡Has elegido con sabiduría!-
No me lo pensé ni dos veces y le ensarté con el mandoble hasta la empuñadura como si de un pollo se tratase.
-Pero...¿Qué haces?- Me preguntó mientras vomitaba sangre.
-Se acabó.- Respondí con seguridad -No quiero ser rey.-
Lancé el cuerpo inerte del pingüino lejos de mí y, con un toque más violento que certero, estrellé el mandoble sobre las dos coronas flotantes. Éstas, al instante, cayeron al suelo y reventaron en cienmil pedazos. Solté el arma y me puse a correr sin parar a través de la niebla hasta salir del callejón. Una semana después me despedí de mi trabajo en el lounge pub, abandoné el piso que compartía con las estúpidas, marché de Madrid y me volví a mi tranquila ciudad. Y aquí llevo ya desde hace tiempo (más de tres años, como ya he escrito antes).

No sé si sigo siendo rey, si he dejado de serlo o si, sencillamente, nunca lo he sido. El caso es que cuando ya había cejado en mi ilusorio empeño de encontrar a mi reina y mi vida se empezaba a convertir en un ¿pero qué demonios pasó?, ella apareció (y por cierto, es rubia). Lo que pase a partir de ahora pertenece al misterioso y apasionante (y a veces inquietante) universo de lo desconocido, pero es curioso el vaivén de sensaciones que puede llegar a experimentar un individuo...

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