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lunes, 1 de noviembre de 2010

Simple y llanamente raro

Soy un tipo especializado en conocer gente rara, muy muy rara. No hablo de esos que conoces en una fiesta de forma superficial compartiendo drogas, alcohol y conversaciones olvidables sobre lo guay que es uno (que bien pudiera ser) o de los que te tocan como compañeros en un curro y te cuentan que duermen en un ataúd y comen tiza compulsivamente (que también pudiera ser). No. Hablo de gente con la que uno puede alucinar con su naturalidad (el individuo raro, verdaderamente raro, no se da cuenta de su naturaleza y si se da cuenta no alardea de ello. Desconfío categóricamente de los que van de raros y especiales). Me sería muy difícil enumerar a todos los individuos que he conocido que son escandalosamente raros (unos más que otros) ya que han sido muchos, pero voy a contar el encuentro que tuve con un tipo que resume claramente todo lo que pretendo hacer entender con conocer a alguien raro.

Años atrás viví en BCN (ciudad con una juerga nocturna más que notable de la que acabé siendo asiduo por no decir adicto) durante unos años. Allí había un garito (supongo que todavía lo hay) al que iba a tomarme unas cervezas y a escuchar música cañera. Algunas veces llegaba cuando abrían (sobre las 19:00) y marchaba cuando cerraban (sobre las 3:00). En ése largo espacio de tiempo y sentado solo (fundamental para que se me acerquen personaj@s con ganas de hablar. Cuando estoy acompañado se me acercan muchos menos) frente a la barra, acababa hablando y tratando con individuos de lo más variopinto. Un día, cuando llevaba ya consumidas mi mínimo de tres birras e iba por la cuarta, se me sentó alguien al lado. Era un tipo alto y larguirucho, con los ojos grandes aunque muy cerrados por los párpados, nariz alargada, grandes orejas con lóbulos supercolgantes y una gran boca que dejaba entrever dos grandes paletos blancos. Llevaba puesta una camisa naranja con un chaleco negro por encima y debía de calzar por lo menos un cincuenta. No lo pude resistir.
-Joder, tío.- Le dije -Eres clavado a Goofy.-
(Algún día contaré cómo han estado a punto de romperme la cara más de un millón de veces y nunca lo han llegado a hacer).
El tipo ni siquiera me miró. Una de las atractivas camareras del garito se acercó y le preguntó que quería tomar.
-Dos golpes de cuervo blanco- Respondió con voz grave.
La chica se los puso mientras yo terminaba mi cuarta birra. Mi intención era soltar algo directo y simpático para conversar un poco pero el tipo agarró uno de los chupitos y dirigiéndose hacia mi con toda seriedad me soltó:
-Por Goofy y los demás esclavos de Disney.-
Fué acojonante. Ni me lo planteé. Agarré el otro chupito y lo levanté.
-Por todos ellos.- Dije. Y lo bebí de un trago.
El tipo bebió su chupito a la vez que yo y golpeó la barra con su vaso vacío.
-¿Porqué has hecho éso?- Me preguntó -Ese cuervo blanco era mío.-
Mi sorpresa fué mayúscula.
-No te entiendo...Pensé qué...-
Abrió los ojos cómo platos y me preguntó:
-¿Pensaste? ¿Pensaste que era Goofy y tú el pato Donald?-
No supe responder nada, estaba alucinado. Llamé a la chica y le pedí otros dos golpes de lo mismo.
-Toma. No te enfades- Le dije.
Cogió uno de los vasos y me miró fijamente a los ojos. Yo no sabía que hacer, así que me quedé simplemente mirándole.
-¿No vas a brindar conmigo?- Me preguntó.
Agarré el chupito y lo levanté.
-Por Donald...- Comenzó a decir.
-Y los demás esclavos de Disney.- Seguí yo.
El tipo bebió el chupito de un golpe y yo lo hice tras él.
-Eres el primero que reaciona tan rápido.- Me dijo.
-¿Cómo?- Le pregunté.
-Al último que me vaciló le hice una cara nueva.-
Pensé que había pensado que le había vacilado por llamarle Goofy, así que decidí arreglarlo un poco.
-Lo de Goofy no fue con intención de molestar. Era una broma para entrar en conversación. Ya sabes...-
-¿Goofy? ¿Broma?.- Dijo mirándome fíjamente a los ojos.-Yo bebo golpes de cuervo blanco de dos en dos. Si quieres uno lo pides pero no me cojas los míos.-
Llamó a la chica y le pidió tres cuervos blancos.
-No suelo hablar con nadie.- Me dijo.-Pero me gusta tu rollo. Brindemos por Daisy.- Y miró a la camarera.

Estuve con él en un par de garitos más hablando y bebiendo hasta que me escabullí porque su conversación estaba empezando a ser demasiado para mí: Una colección de gatos muertos, exnovias ingresadas en el frenopático, inventos patentados de dudosa utilidad... todo ello sin titubear y con una seriedad casi terrorífica (hasta el punto de acojonar a todas las chicas que se acercaban). No volví a verle nunca más.
Lo sé. Pudiera ser que el tipo estuviera loco o que simplemente quisiera llamar la atención, pero puedo asegurar que su comportamiento iba más allá de lo aceptablemente raro. Aunque lo que realmente me hizo no olvidarme nunca de él y ponerlo cómo ejemplo en este escrito fué lo último que me dijo antes de escabullirme:
-Caray, Donald. Eres el tío más raro que he visto en mi vida.-

1 comentarios:

jaime dijo...

muuuy bueno....sigue asin....